Era tal vez el día más caluroso desde que llegué a Río. A las 7 de la mañana el termómetro de Avenida Atlántica ya marcaba unos temibles 29ºC. El día que amanecía, lo hacía con el horno encendido a toda pastilla. Ante este tipo de situaciones, lo mejor es refugiarse en cualquier sitio donde los rayos de sol, tan perpendiculares en estas latitudes, no hagan acto de presencia y donde, a ser posible, haga una leve brisa que limpie la cara de esas gotas continuas de sudor.
Una solución es ir al Jardín Botánico de Río de Janeiro, allí entre la multitud de vida vegetal, uno puede jugar al escondite con el Sol. Este escenario, de una extensión admirable y que dudo que nadie haya podido ver en su totalidad en un sólo día o, cuanto menos, hacerlo sin una preparación previa de medio fondista, alberga en sus 83 hectáreas de bosques y 54 de zonas cultivadas más de 40 mil plantas y 6725 especies diferentes, es decir, es un museo natural que nadie debe perderse.
La entrada del Jardín Botánico es ya por si misma la mejor forma de dar la bienvenida al visitante. Una amplia avenida flanqueada por palmeras de gran altura que te sobrecoge y te enseña el camino de tu aventura por el lugar. Me encantaría poder describir cada uno de los detalles que se pueden disfrutar en este bonito enclave, pero sería destrozaros la visita que espero que hagáis. Lo que si os puedo decir, que veréis especies de Japón, Canadá, USA, zona mediterránea y un largo etcétera. Con cada cambio de dirección te adentras en un nuevo ecosistema que te envuelve y te fascina.
El punto, en mi opinión más impactante no son las grandes avenidas de gran arboleda y plantas tropicales adornadas con flores de todas clases y colores, tampoco lo son los varios invernaderos que puedes encontrar y tampoco el parque sensorial donde descubres no sólo colores sino olores, un placer. Lo que realmente me impactó a mí, es poder dar un paso al frente y sentirte en la selva. En un punto dado, uno se puede adentrar en una frondosa y espesa selva donde poder teletransportarse a cualquiera de las películas que hemos visto alguna vez de África o el Amazonas y sentirte por un segundo en Indiana Jones.
Pero el Jardín Botánico es también, un lugar de tranquilidad, silencio y reflexión. Estando en una ciudad como Río, muy parecida en muchos aspectos a Madrid; gran urbe, con ruido, bullicio y vida acelerada, el hecho de poder desconectar e irte a una zona como ésta y simplemente sentarte a disfrutar de un libro, de la gente pasar o dar un pequeño paseo y perderte en sus caminos, es algo que desestresaría a cualquiera.
Me da, que con esta pieza, acabo de encontrar unos de los que serán mis rincones favoritos de la ciudad, al pasear por allí, me vino a la mente aquellos paseos de relax en la época de exámenes por el Retiro, que en aquellos meses de verano tan bien me vinieron para desconectar y poder descansar. Con el Jardín Botánico, encontré mi lugar de recreo y desconexión.
Y a vosotros, a los que leéis este blog, sólo desearos que podáis disfrutar de esta lectura y que tanto si sois amigos como si no, venid a Rio, probad esta aventura y nos podremos tomar un refrescante suco mientras paseamos por los caminos de una de mis piezas de puzzle preferidas.
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