martes, marzo 08, 2011

Un día cualquiera en el Carnaval

Río de Janeiro no tiene parangón con ninguna otra ciudad en cuanto a montar un Fiesta da Rua; porque aquí, en la ciudad del Cristo, cualquier excusa siempre es buena para armar la jarana; y si hablamos de Carnavales, estamos hablando de palabras mayores, estamos hablando de uno de los mandamientos que se encuentran escritos a fuego en el corazón de todo carioca.

Sin lugar a duda, para un carioca hay una fecha marcada en su calendario, el CARNAVAL DA RUA. Y se preparan a conciencia desde mucho antes de su comienzo; con ensayos y sobre todo desarrollando su imaginación, su imaginación de como ingerir mayor cantidad de alcohol en el menor tiempo posible. Cuando un españolito de a pie reflexiona sobre los carnavales, piensa como es lógico en esas mujeres exuberantes, subidas en unos majestuosos carros cuidadosamente decorados para la ocasión, y que contonean su cuerpo rompiendo todas las reglas existentes en cuanto a la fisiología humana se refiere, y que desfilan por una avenida iluminada con una cantidad indeterminada de focos los cuales dan un aspecto de grandiosidad de lo que allí acontece. Y así es. Pero el carnaval en Río es más que el ya conocido y sabido, Sambódromo. Hoy, querido lector, nos adentraremos en el Carnaval carioca, que como su nombre indica se encuentra en la calle, e intentaré acercaros a la realidad de esta fiesta pagana de tanta fama mundial, siempre mirado desde el prisma de un madrileño no muy ducho en esta fiesta en concreto.

Como decíamos, lejos del Sambódromo se desarrolla otro carnaval, el menos publicitado, pero no por ello peor, en el que los cariocas desatan su locura y ponen sobre la "rua" todo su arte y su carácter latino. Por un lado tenemos los blocos y por otro, las zonas de concentración del carnaval.

El bloco, se basa sencillamente en un autobús o camión donde en su parte superior se sitúan los cantantes que se pasan el trayecto cantando las canciones del carnaval previamente ensayadas semanas atrás. Para aclarar este concepto, sería como un grupo que se pasa 5 horas cantando paquito chocolatero, tractor amarillo y mi carro me lo robaron entre otros grande éxitos del panorama nacional. El bloco, además, tiene a sus danzarines, a su séquito, a su coral de artistas que flanquea el autobús y que se presta al baile continuo con coreografías; siempre acompañados del grupete de músicos armados hasta los dientes de bombos, trompetas, platillos y cualquier elemento que proporcione música de carnaval. Con todo esto en la cazuela, sólo falta dar la salida, encender el fuego y que todo el mundo se ponga a cocer(se). La gente se amontona alrededor del bloco acompañando su paso. Cantanado. Bailando. Saltando. Viviéndolo. Disfrutándolo. Apasionándose. Durante esas 5 horas, la gente se deja llevar por los ritmos acompasados de la samba brasileña, dejan que sus pies se muevan a velocidad vertiginosa mientras ajetrean con suma coordinación la cadera, proporcionando de esta forma un baile singular y que ciertamente, engancha. Es un baile que da vida, te pone arriba, te anima, te despierta. Te hace sentir.
Y luego están las concentraciones. En ciertas zonas de la ciudad, como puede ser la Av. Río Branco, Cinelandia, Lapa, etc. podremos encontrar escenarios o cuanto menos, aglomeraciones de gente vestida con los atuendos más curiosos que jamáis podáis ver. Sólo hay dos reglas, una es que los colores deben destacar en la noche carioca y la segunda y no por ello menos importante, es no encontrar la vergüenza y dejar que la alegría dicte tu camino. Por las grande avenidas que en días normales sólo circula gente trajeada, con maletines, con camisa, zapatos, uniforme de empresa; circulan, por unos días, miles de individuos con las fachas más inverosímiles. Porque en Río en carnaval, todo vale. TODO VALE. No es una forma de hablar, es que es así. Lo que está claro es que el raro es el que no lleva encima nada. Para ir en sintonía con el ambiente, es necesario cuanto menos, un gafas estrambóticas, un collar de flores, una peluca o cualquier chorradita por ridícula que sea, es más, cuanto más ridícula mejor. A partir de ahí, cada cual lleva al límite a su imaginación para realizar los más extravagantes, irrisorios y delirantes disfraces, muchos de los cuales no tienen ningún sentido, a parte claro está del de hacer el ridículo, pero entendamos ridículo en el mejor sentido de la palabra, en el mejor inimaginable. En el bueno. En el fiestero. En el gracioso y amable. He podido divisar gente con la ropa interior por encima de la ropa, es decir, vestidos al revés. De toreros. De pollos. De vaqueros. De mariquitas (ambos tipos). De traviesos. El común denominador, como decía, colores atrevidos y dejar la vergüenza en casa. Imaginaros por un segundo la Gran Vía de Madrid atestada como en el día del Orgullo Gay y que la gente va aún más llamativa que ese día, con miles de puestos de comida y bebida, alegres, contentos, (más) desinhibidos y sobre todo, con su carácter brasileño.

Porque el carnaval tiene dos caras, porque hay un carnaval oculto dentro del famoso conocido por todos. El Carnaval da Rua, el carnaval de los cariocas, el carnaval de la gente corriente, de la gente de a pie.

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